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(Sab 11,22-12,2) "A todos perdonas, porque son tuyos, Señor"
(2 Tes 1,11-2,2) "Pedimos a Dios que os considere dignos de vuestra vocación
(Lc 19,1-10) "Hoy ha sido la salvación de esta casa"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo I
Homilía en la parroquia del Santísimo Sacramento y de los mártires canadienses
--- Cristo se hace siempre el encontradizo con todos
--- Necesidad de querer ver a Cristo
--- El encuentro con Cristo provoca la conversión
--- Cristo se hace siempre el encontradizo con todos
El fragmento del Evangelio de San Lucas, que la liturgia de hoy propone para meditar recuerda el episodio que tuvo lugar mientras Jesús estaba atravesando la ciudad de Jericó. Fue un acontecimiento tan significativo que, aunque ya lo sabemos de memoria, es preciso meditar otra vez con atención en cada uno de sus elementos. Zaqueo era no sólo un publicano (igual que lo había sido Leví, después el Apóstol Mateo), sino un "jefe de publicanos", y era muy "rico". Cuando Jesús pasaba cerca de su casa, Zaqueo, a toda costa, "hacía por ver a Jesús" (Lc 19,3), y para ello -por ser pequeño de estatura- ese día se subió a un árbol (el Evangelista dice a un sicómoro), "para verle" (Lc 19,4).
Cristo vio de este modo a Zaqueo y se dirigió a él con las palabras que nos hacen pensar tanto. Efectivamente, Cristo no sólo le dio a entender que le había visto (a él, jefe de publicanos, por lo tanto, hombre de una cierta posición) sobre el árbol, sino que además manifestó ante todo que quería "hospedarse en su casa" (Cf. Lc 19,5). Lo que suscitó alegría en Zaqueo y, a la vez, murmuraciones entre aquellos a quienes evidentemente no agradan estas manifestaciones de las relaciones del Maestro de Nazaret con "los publicanos y pecadores".
--- Necesidad de querer ver a Cristo
Esta es la primera parte de la perícopa, que merece una reflexión. Sobre todo, es necesario detenerse en la afirmación de que Zaqueo "hacía por ver a Jesús" (Lc 19,3). Se trata de una frase muy importante que debemos referir a cada uno de nosotros aquí presentes. Más aún, indirectamente, a cada uno de los hombres. ¿Quiero yo "ver a Cristo"? ¿Hago todo para "poder verlo"? Este problema, después de dos mil años, es tan actual como entonces, cuando Jesús atravesaba las ciudades y los poblados de su tierra. Es el problema actual para cada uno de nosotros personalmente: ¿quiero?, ¿quiero verdaderamente? O, quizá más bien, ¿evito el encuentro con Él? ¿Prefiero no verlo o prefiero que Él no me vea (al menos a mi modo de pensar y de sentir)? Y si ya lo veo de algún modo, ¿prefiero entonces verlo de lejos, no acercándome demasiado, no poniéndome ante sus ojos para no llamar la atención demasiado..., para no tener que aceptar toda la verdad que hay en Él, que proviene de Él, de Cristo?
Esta es una dimensión del problema que encierran las palabras del Evangelio de hoy sobre Zaqueo.
En la segunda lectura de la Misa, tomadas de la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses: Hermanos... "rogamos en todo tiempo por vosotros: que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe, para que así, el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo" (2 Tes 1,11-12). Es decir -hablando con el lenguaje del pasaje evangélico de hoy-, oremos para que vosotros tratéis de ver a Cristo (Cf. Lc 19,3), para que vayáis a su encuentro, como Zaqueo... y que, si sois pequeños de estatura, subáis, por este motivo, un árbol.
--- El encuentro con Cristo provoca la conversión
Y Pablo continúa desarrollando su oración, pidiendo a los destinatarios de su carta que no se dejen demasiado fácilmente confundir y turbar, por supuestas inspiraciones de este mundo... (Cf. 2 Tes 2,2). ¿Por qué "inspiraciones"? Acaso sencillamente por las "inspiraciones de este mundo". Digámoslo con lenguaje de hoy: por una oleada de secularización e indiferencia respecto a los mayores valores divinos y humanos. Después dice Pablo: "ni por palabras". Efectivamente, no faltan hoy palabras que tienden a "confundir" o a "turbar" a los cristianos.
Zaqueo no se dejó confundir ni turbar. No se asustó de que la acogida de Cristo en la propia casa pudiera amenazar, por ejemplo, su carrera profesional o hacer difíciles algunas acciones, ligadas con su actividad de jefe de publicanos. Acogió a Cristo en su casa y dijo: "Señor doy la mitad de mis bienes a los pobres y, si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo" (Lc 19,8).
En este punto se hace evidente que no sólo Zaqueo "ha visto a Cristo", sino que, al mismo tiempo, Cristo ha escrutado su corazón y su conciencia; lo ha radiografiado hasta el fondo. Y he aquí que se realiza lo que constituye el fruto propio de "ver" a Cristo, del encuentro con Él en la verdad plena: se realiza la apertura del corazón, se realiza la conversión. Se realiza la obra de la salvación. Lo manifiesta el mismo Cristo cuando dice: "Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,9-10). Y ésta es una de las expresiones más bellas del Evangelio.
Estas últimas palabras tienen una importancia particular. Descubren el universalismo de la misión salvífica de Cristo. De la misión que permanece en la Iglesia. Sin estas palabras sería difícil comprender la enseñanza del Vaticano II y en particular sería difícil comprender la Constitución dogmática sobre la Iglesia "Lumen gentium".
Hoy escuchamos con una emoción especial las palabras del Evangelio de San Juan: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16).
Renovemos la fe y la esperanza de la vida eterna: porque "el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).
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