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(Habac 1,2-3;2,2-4) "El que es incrédulo no tendrá en sí mismo un alma recta"
(2 Tim 1,6-8.13-14) "Te amonesto que avives la gracia de Dios que hay en ti"
(Lc 17,5-10) "Auméntanos la fe"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía de Fernández Carvajal, en Hablar con Dios, Tomo V
--- Avivar continuamente el amor a Dios
--- Pedir al Señor una fe firme, que influya en todas nuestras obras
--- Actos de fe
--- Avivar continuamente el amor a Dios
La liturgia de este domingo se centra en la virtud de la fe. En la Primera lectura, el Profeta Habacuc (Habac 1,2-3; 2,2-4) se lamenta ante el Señor del triunfo del mal, tanto en el pueblo castigado por medio del invasor, como por los mismos escándalos de éste.
"¿Hasta cuando clamaré, Señor...? (...). ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes...?", se queja el Profeta. El Señor le responde al fin con una visión en la que le exhorta a la paciencia y a la esperanza, pues llegará el día en que los malos serán castigados: "la visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin echarse atrás”. Sucumbirá quien no tenga su alma recta, "pero el justo vivirá por la fe". Aun cuando en ocasiones pueda parecer que triunfa el mal y quienes lo llevan a cabo, como si Dios no existiera, llegará a cada uno su día y se verá que realmente ha salido vencedor quien ha mantenido su fidelidad al Señor. Vivir de fe es entender que Dios nos llama cada día y en cada momento a vivir, con alegría, como hijos suyos, siendo pacientes y teniendo puesta la esperanza en Él.
--- Pedir al Señor una fe firme, que influya en todas nuestras obras
En la Segunda lectura (2 Tim 1,6-8; 13-14), San Pablo exhorta a Timoteo a mantenerse firme en la vocación recibida y a llenarse de fortaleza para proclamar la verdad sin respetos humanos: "Aviva el fuego de la gracia de Dios...; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio"... Santo Tomás comenta que "la gracia de Dios es como un fuego, que no luce cuando lo cubre la ceniza"; y así ocurre cuando la caridad está cubierta por la tibieza o por los respetos humanos. La fortaleza ante un ambiente adverso y la capacidad de dar a conocer, en cualquier lugar, la doctrina de Cristo, de participar en los duros combates del Evangelio, viene determinada por la vida interior, por el amor a Dios, que hemos de avivar continuamente, como una hoguera, con una fe cada vez más encendida. Esto es lo que pedimos al Señor.
¡Qué diferencia entre esos hombres sin fe, tristes y vacilantes en razón de su existencia vacía, expuestos como veletas a la "variabilidad" de las circunstancias, y nuestra vida confiada de cristianos, alegre y firme, maciza, en razón del conocimiento y del convencimiento absoluto de nuestro destino sobrenatural! ¡Qué fuerza comunica la fe! Con ella superamos los obstáculos de un ambiente adverso y las dificultades personales, con frecuencia más difíciles de vencer.
Existe una fe muerta, que no salva: es la fe sin obras, que se muestra en actos llevados a cabo a espaldas de la fe, en una falta de coherencia entre lo que se cree y lo que se vive. Existe también una "fe dormida", "esa forma pusilánime y floja de vivir la existencia de la fe que todos conocemos con el nombre de tibieza. En la práctica, la tibieza es la insidia más solapada que puede hacerse a la fe de un cristiano, incluso de los que muchos llamarían un buen cristiano" (Pedro Rodríguez, Fe y vida de fe). Necesitamos una fe firme, que nos lleve a alcanzar metas que están por encima de nuestras fuerzas y que allane los obstáculos y supere los "imposibles" en nuestra tarea apostólica.
--- Actos de fe
En ocasiones el Señor llama a los Apóstoles "hombres de poca fe" pues no están a la altura de las circunstancias. En el Evangelio de la Misa los Apóstoles le piden a Jesús: "Auméntanos la fe". Así lo hizo el Señor, pues todos terminarían dando su vida, por atestiguar su firme adhesión a Cristo y a sus enseñanzas. Se cumplió las palabras del Señor: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este árbol: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería". La transformación de las almas de quienes se cruzaron en su camino fue un milagro aún mayor.
Muchos actos de fe hemos de hacer en la oración y en la Santa Misa. Muchos fieles tienen la costumbre de repetir devotamente con la mirada puesta en el Santísimo Sacramento, aquella exclamación del Apóstol Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” De cualquier forma, no podemos dejar que pase esa oportunidad sin manifestar al Señor nuestra fe y nuestro amor.
A pesar del afán por formarnos, por conocer cada vez mejor a Cristo, es posible que alguna vez nuestra fe vacile o tengamos temores y respetos humanos para manifestarla. La fe es un don de Dios que nuestra poquedad a veces no puede sostener. En ocasiones es tan pequeña como un grano de mostaza. No nos sorprendamos por nuestra debilidad, pues Dios cuenta con ella. Imitemos a los Apóstoles cuando se dan cuenta de que todo aquello que ven y oyen les supera.
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