(Cfr. www.almudi.org)
Domingo de la semana 14 de tiempo ordinario; ciclo C
(Is 66,6-14c) "Festejad a Jerusalén, gozad con ella"
(Gal 6,14-18) "Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús"
(Lc 10,1-12.17-20) "Está cerca de vosotros el reino de Dios"
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
En el trasfondo del Evangelio de hoy palpita la experiencia, ardua y gozosa a la vez, del apostolado de los primeros discípulos de Jesús que comprobaban cómo el Evangelio era acogido con entusiasmo por muchos aunque se produjeran también rechazos. Esta esperanzadora alegría que no se desanima ante las resistencias que la ceguera y debilidad humana presentan, acompañó y acompañará siempre a los cristianos de todos los tiempos.
Jesús se alegra con los suyos pero les dice: "no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo". La alegría que debemos tener, pues, no debe ser tanto el resultado de que vemos los frutos de nuestra actuación apostólica cuanto porque, si difundimos la doctrina cristiana, tenemos asegurado el cielo. Es como si el Señor nos dijera: me interesas tú, tu animosa colaboración, tu alegría y felicidad eterna, aunque no siempre veas el resultado de tu empeño por darme a conocer.
El Señor, como a sus primeros discípulos, nos envía también a cada uno para que, a través del trato con familiares, amigos y conocidos, extendamos su verdad liberadora por todos los rincones del mundo. "Los primeros cristianos -dice J. Mullor- fueron más fermento que masa. El interés que les acuciaba se imantaba hacia los que le rodeaban en la familia, en el trabajo, en la vida pública... El idealismo de los primeros cristianos -id al mundo entero y predicad el evangelio a toda criatura- era un idealismo realista, que comenzaba el trabajo apostólico, no en el finis terrae, sino en la tierra misma que pisaban. Sabían que, para llegar a los últimos extremos de la tierra, habían de recorrerla toda palmo a palmo y que, para anunciar el Evangelio a la humanidad, habían de anunciarlo antes de hombre a hombre, de comunidad a comunidad".
Cuando la amistad es tan humana como cristiana, de ordinario, no es preciso ni siquiera provocar el tema de Dios y sus exigencias. La confidencia surge en numerosos momentos y encuentros. Entre amigos es fácil una corriente de intercambios de puntos de vista, se confían modos de pensar, de ver las cosas, unos y otros se corrigen, se emulan, en un apostolado tan delicado y amable como eficaz y natural. "Esas palabras deslizadas tan a tiempo en el oído del amigo que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste provocar oportunamente..., y la discreta indiscreción que te hace sugerirle insospechados horizontes de celo... Todo eso es ‘apostolado de la confidencia’" (S. Josemaría Escrivá). ¡Cuánto podemos hacer a nuestro alrededor no olvidando que hay un hambre y una sed de Dios que sólo Él puede calmar, una enfermedad -la del pecado- que sólo Él puede curar, si colaboramos en su misión evangelizadora! Vale la pena considerarlo.
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