(Cfr. www.almudi.org)
Magnanimidad
«Pero a vosotros, los que me escucháis, yo os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y tratad a los hombres como queréis que ellos os traten. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; entonces vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los perversos. «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.» (Lucas 6, 27-38)
I. El Evangelio de la Misa (Lucas 6,
27-38) nos invita a ser magnánimos, a tener un corazón grande como el de
Cristo. Nos manda bendecir a quienes nos maldigan, orar por quienes nos
injurian..., realizando el bien sin esperar nada a cambio, ser
compasivos como Dios es compasivo, perdonar a todos, ser generosos sin
cálculo ni medida. La virtud de la magnanimidad, muy relacionada con la
fortaleza, consiste en la disposición del ánimo hacia las cosas grandes
(Suma Teológica), y la llama Santo Tomás “ornato de todas las virtudes”.
El empeño serio de luchar por la santidad es ya una primera
manifestación de magnanimidad. El magnánimo se plantea ideales altos y
no se amilana ante los obstáculos, ni las críticas, ni por los respetos
humanos, ni por un ambiente adverso. Los santos han sido siempre
personas con alma grande. Ninguna manifestación mayor de esta virtud que
la entrega a Cristo, sin medida y sin condiciones.I. El Evangelio de la
Misa (Lucas 6, 27-38) nos invita a ser magnánimos, a tener un corazón
grande como el de Cristo. Nos manda bendecir a quienes nos maldigan,
orar por quienes nos injurian..., realizando el bien sin esperar nada a
cambio, ser compasivos como Dios es compasivo, perdonar a todos, ser
generosos sin cálculo ni medida. La virtud de la magnanimidad, muy
relacionada con la fortaleza, consiste en la disposición del ánimo hacia
las cosas grandes (Suma Teológica), y la llama Santo Tomás “ornato de
todas las virtudes”. El empeño serio de luchar por la santidad es ya una
primera manifestación de magnanimidad. El magnánimo se plantea ideales
altos y no se amilana ante los obstáculos, ni las críticas, ni por los
respetos humanos, ni por un ambiente adverso. Los santos han sido
siempre personas con alma grande. Ninguna manifestación mayor de esta
virtud que la entrega a Cristo, sin medida y sin condiciones.
II.
La grandeza de alma se muestra también en la disposición para perdonar
lo mucho y lo poco, de las personas cercanas a nuestra vida y de las
lejanas. El cristiano no puede andar por el mundo con una lista de
agravios en su corazón (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios), con
rencores que empequeñecen el ánimo y los incapacitan para los ideales
humanos y divinos a los que el Señor nos llama. Ante lo que vale la pena
(ideales nobles, tareas apostólicas y, sobre todo, Dios) el alma grande
aporta de lo propio sin reservas: dinero, esfuerzo, tiempo. Sabe y
entiende bien las palabras del Señor: por mucho que dé, más recibirá.
“Las grandes catedrales son un ejemplo de tiempos en los que existían
muchos menos medios humanos y económicos que ahora, pero en los que la
fe era quizá más viva” (CONCILIO VATICANO II, Sacrosanctum Concilium).
La generosidad siempre acerca a Dios, ensancha el corazón y lo hace más
joven, con más capacidad de amar; por eso, en incontables ocasiones el
mejor bien que podemos hace a nuestros amigos, es fomentar su
generosidad.
III. La magnanimidad es un fruto del trato con
Jesucristo y se apoya en la humildad. A una vida interior rica y
exigente, llena de amor, acompaña siempre una disposición de acometer
grandes empresas por Dios, y se apoya en Él. La Virgen María nos dará
esta grandeza de alma que tuvo Ella en sus relaciones con Dios y con sus
hijos los hombres. Dad y se os dará...; No nos quedemos cortos o
encogidos. Jesús presencia nuestra vida.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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