(Cfr. www.almudi.org)
Es Cristo que pasa
“En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: - «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: - «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: - «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: - «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: - «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: - «Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo: - «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino” (Marcos 10,46-52).
I. Dios pasa por la vida de los hombres dando luz y alegría. En Jesús se cumplen todas las profecías. Pasó por el mundo haciendo el bien (Hechos 10, 38), incluso a quien no le pedía nada. En Él se manifestó la plenitud dela misericordia divina con quienes estaban más necesitados: Curó a los enfermos, alimentó a la muchedumbre hambrienta, expulsó a los demonios..., se acercó a los que más padecían en el alma o en el cuerpo. Nosotros, que andamos con tantas enfermedades, hemos de acudir al Médico divino. Existen momentos en nuestra vida en los que experimentamos con más fuerza nuestras dolencias. Acudiremos entonces a Jesús, siempre cercano, con una fe humilde y sincera, como la de tantos enfermos y necesitados que aparecen en los Evangelios.
II. Cristo, siempre al alcance de nuestra voz, de nuestra oración, pasa a veces más cerca para que nos animemos a llamarle con fuerza. Temo –comenta San Agustín- que Jesús pase y no vuelva (San Agustín, Sermón). No podemos dejar que pasen las gracias como el agua de lluvia sobre la tierra dura. Hemos de gritarle a Jesús muchas veces, como lo hizo el ciego Bartimeo en el Evangelio de la Misa (Marcos 10, 46-52); le gritamos ahora en el silencio de nuestra intimidad en una oración encendida: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Hemos de gritarle, afirma San Agustín, con la oración y con las obras que han de acompañarla (San Agustín, Sermón). Las buenas obras, especialmente la caridad, el trabajo bien hecho, la limpieza del alma en una Confesión contrita de nuestros pecados avalan ese clamor ante Jesús que pasa.
III. Nuestras dolencias, nuestra oscuridad quizá, pueden ser ocasión de un nuevo encuentro con Jesús, de un seguirle de un modo nuevo –más humildes, más purificados- por el camino de la vida, de convertirnos en discípulos que caminan más cerca de Él. Entonces podremos decir a muchos de parte del Señor: ¡Animo!, Levántate, te llama. “También ahora pasa Cristo con tu vida cristiana y, si le secundas, cuántos le conocerán, le llamarán, le pedirán ayuda y se les abrirán los ojos a las luces maravillosas de la gracia” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja). Domine, ut videam: Señor que vea lo que quieres de mí. Domina ut videam: Señora, que vea lo que tu Hijo me pide ahora, en mis circunstancias, y se lo entregue.
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