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(Ex 16,2-4.12-15: "Yo haré llover pan del cielo"
Sal 77,3 y 4bc.23-24.25 y 54: "El Señor les dio un trigo celeste"
Ef 4,17.20-24: "Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios"
Jn 6,24-35: "El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Santa Misa para el "Centro Italiano della Solidarità", Castelgandolfo, Domingo 5 de agosto de 1979
Estamos aquí reunidos en torno al
altar del Señor, el único que puede iluminarnos sobre el misterio de
nuestra vida, drama de amor y de salvación, y el único que puede darnos
la fuerza para no caer, o para levantarnos de nuevo; y, sobre todo, para
vivir de manera conforme a las exigencias y a los ideales del
cristianismo.
Este es precisamente, según me parece,
el tema central de la liturgia de este domingo, en la que Jesús, pan de
vida, se nos presenta como único y verdadero significado de la
existencia humana.
1. En nuestro tiempo, por desgracia,
el racionalismo científico y la estructura de la sociedad industrial,
caracterizada por la ley férrea de la producción y del consumo, han
creado una mentalidad cerrada dentro de un horizonte de valores
temporales y terrenos, que quitan a la vida del hombre todo significado
trascendente.
El ateísmo teórico y práctico que
serpea ampliamente; la aceptación de una moral evolucionista
desvinculada totalmente do los principios sólidos y universales de la
ley moral natural y revelada, pero vinculada a las costumbres siempre
variables de la historia; la insistente exaltación del hombre como autor
autónomo del propio destino y, en el extremo opuesto, su deprimente
humillación al rango de pasión inútil, de error cósmico, de peregrino
absurdo de la nada en un universo desconocido y engañoso, han hecho
perder a muchos el significado de la vida y han empujado a los más
débiles y a los más sensibles hacia evasiones funestas y trágicas.
El hombre tiene necesidad extrema de
saber si merece la pena nacer, vivir, luchar, sufrir y morir, si tiene
valor comprometerse por algún ideal superior a los intereses materiales y
contingentes, si, en una palabra, hay un "porqué" que justifique su
existencia.
Esta es, pues, la cuestión esencial: dar un sentido al hombre, a sus opciones, a su vida, a su historia.
2. Jesús tiene la respuesta a estos
interrogantes nuestros; El puede resolver la "cuestión del sentido" de
la vida y de la historia del hombre. Aquí está la lección fundamental de
la liturgia de hoy. A la muchedumbre que le ha seguido,
desgraciadamente sólo por motivos de interés material, al haber sido
saciada gratuitamente con la multiplicación milagrosa de los panes y de
los peces, Jesús dice con seriedad y autoridad: "Procuraos no el
alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida
eterna, el que el Hijo del hombre os da" (Jn 6, 27).
Dios se ha encarnado para iluminar,
más aún, para ser el significado de la vida del hombre. Es necesario
creer esto con profunda y gozosa convicción; es necesario vivirlo con
constancia y coherencia; es necesario anunciar y testimoniar esto, a
pesar de las tribulaciones de los tiempos y de las ideologías adversas,
casi siempre tan insinuantes y perturbadoras.
Y, ¿de qué modo es Jesús el
significado de la existencia del hombre? El mismo lo explica con
claridad consoladora: "Mi Padre os da el verdadero pan del cielo; porque
el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo... Yo soy
el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre y el que
cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn 6, 32-35). Jesús habla simbólicamente,
evocando el gran milagro del maná dado por Dios al pueblo judío en la
travesía del desierto. Es claro que Jesús no elimina la preocupación
normal y la búsqueda del alimento cotidiano y de todo lo que puede hacer
que la vida humana progrese más, se desarrolle más y sea más
satisfactoria. Pero la vida pasa indefectiblemente. Jesús hace presente
que el verdadero significado de nuestro existir terreno está en la
eternidad, y que toda la historia humana con sus dramas y alegrías debe
ser contemplada en perspectiva eterna.
También nosotros, como el pueblo de
Israel, vivimos sobre la tierra la experiencia del Éxodo; la "tierra
prometida" es el cielo. Dios, que no abandonó a su pueblo en el
desierto, tampoco abandona al hombre en su peregrinación terrena. Le ha
dado un "pan" capaz de sustentarlo a lo largo del camino: el "pan" es
Cristo. El es ante todo la comida del alma con la verdad revelada y
después con su misma Persona presente en el sacramento de la Eucaristía.
¡El hombre tiene necesidad de la
trascendencia! ¡El hombre tiene necesidad de la presencia de Dios en su
historia cotidiana! ¡Sólo así puede encontrar el sentido de la vida!
Pues bien, Jesús continúa diciendo a todos: "Yo soy el camino, la verdad
y la vida" (Jn 14, 6); "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no
anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida" (Jn 8, 12); "Venid a mí
todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,
28).
3. La reflexión ahora recae sobre cada
uno de nosotros. En efecto, depende de nosotros captar el significado
que Cristo ha venido a ofrecer a la existencia humana y "encarnarlo" en
nuestra vida. Depende del interés de todos "encarnar" este significado
en la historia humana. ¡Gran responsabilidad y sublime dignidad! Es
necesario, para este fin, un testimonio coherente y valiente de la
propia fe. San Pablo, escribiendo a los Efesios, traza, en este sentido,
un programa concreto de vida:
— es necesario, ante todo, abandonar
la Mentalidad mundana y pagana: "Os digo, pues, y testifico en el Señor
que no os portéis como se conducen los gentiles, en la unidad de su
mente";
— después, es necesario cambiar la
mentalidad mundana y terrestre en la mentalidad de Cristo; "Dejando,
pues, vuestra antigua conducta, despojaos del hombre viejo, viciado por
las concupiscencias seductoras";
— finalmente, es necesario aceptar
todo el mensaje de Cristo, sin reducciones de comodidad, y vivir según
su ejemplo: 'Renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestíos del
hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas" (Ef
4, 17. 20-24).
Queridísimos, como veis, se trata de
un programa muy comprometido, bajo ciertos aspectos podría decirse,
desde luego, heroico; sin embargo, debemos presentarlo a nosotros y a
los demás en su integridad, contando con la acción de la gracia, que
puede dar a cada uno la generosidad de aceptar la responsabilidad de las
propias acciones en perspectiva eterna y para el bien de la sociedad.
Id, pues, adelante con confianza y con
interés generoso, buscando cada día nuevo impulso y alegría en la
devoción a Jesús Eucarístico y en la confianza en María Santísima.
Me complace concluir citándoos un
pensamiento de mi venerado predecesor Pablo VI de quien mañana
celebramos el primer aniversario de su piadoso tránsito: "Ante el
arreciar de intereses contrastantes, dañosos para el auténtico bien del
hombre, hay que proclamar de nuevo bien alto las formidables palabras
del Evangelio que son las únicas que han dado luz y paz a los hombres en
análogas convulsiones de la historia" (Discurso a los cardenales, 21 de
junio de 1976; cf. Pablo VI, Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 292).
Así, pues, queridísimos hijos, con la
luz y con la paz que nos vienen de estas palabras eternas, nosotros
continuemos serenamente nuestro camino.
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