(Cfr. www.almudi.org)
(Dt 4,32-34.39-40) "El Señor es el único Dios"
(Rm 8,14-17) "Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios"
(Mt 28,16-20) "Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la basílica de San Pedro durante la Misa con ordenaciones sacerdotales (29-V-1988)
--- Su nombre es Amor
“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Hoy Cristo pronuncia la última palabra de su misión en la tierra.
Hoy pronuncia el nombre de Dios vivo, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Del Dios infinito que, solo, lo abraza todo. Pues “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
Su nombre es Eternidad. Y aunque el libro del Apocalipsis proclama a Dios como “El que es, que era y que vendrá” (Ap 1,8); sin embargo estas palabras son una manifestación del misterio de Dios respecto a todo lo que pasa, lo que está sometido al tiempo. En efecto, su propio nombre es: Eternidad.
Su nombre es: Amor. El amor significa también la unión más perfecta. Dios es uno, la unidad sólo corresponde a Él, y es unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La unidad de la Trinidad. En el ámbito de las criaturas accesibles a nosotros no podemos encontrar una que pueda corresponder a esta realidad, que pueda confirmarla. Y, en Dios, la perfecta unidad es la Trinidad.
--- Jesús nos introduce en el misterio de Dios
Por eso precisamente Él es: Amor. Sólo Dios, que es unidad de la Trinidad, puede ser Dios-Amor. Sin ello podría ser sólo Dios-Omnipotencia. Pero la omnipotencia, que no es Amor, no es ni siquiera Omnipotencia perfecta. Y precisamente de esta realidad convenció Jesucristo a la humanidad por medio de toda su misión, cuando al final de ella dice a los Apóstoles: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra... Haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”(Mt 28,18-19). Esto es, dice también: sumergid el ser humano en Dios, que es Amor. Introducidlo en el más profundo misterio de la unidad de Dios.
El Espíritu humano ha de madurar para encontrarse con este misterio. La plenitud del Omnipotente es Amor. Dios es Amor. Os he mostrado el camino que conduce a Él. Os he dado el Espíritu Santo. Él ha sido derramado en vuestros corazones como Dios.
“Señor, Dios nuestro: ¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8,2.10), canta el Salmista. Y con él cantan todos los hombres, reconociendo las huellas de Dios en la criatura. Las huellas de la Omnipotencia.
Cristo traza una nueva huella. Es la huella de Dios-Amor: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito” (Jn 3,16).
Al final de su misión, Cristo invita a todos: “Seguid esa huella”. Es la huella imborrable que ha dejado en la historia del mundo... en la historia del hombre.
--- Seguir la huella de Cristo
Si queréis llegar a Dios -a Aquél que Es- y uniros a Él; tal como es, seguid esta huella. Mi huella.
Es la huella de todo el Evangelio. Ésta es, en definitiva, la huella de la cruz y de la resurrección. Esta huella conduce a través de la Palabra y del sacramento. Esta huella conduce a través del bautismo.
Más aún: si os sumergís en el agua, si renacéis del agua -lo cual será un signo sacramental- sumergíos sobre todo en mi muerte para encontraros en la profundidad del misterio de Dios: de Aquél que Es. Para encontraros en las profundidades del misterio, y ver, por fin, a Dios “tal cual es” (1 Jn 3,2).
Cristo dice a los Apóstoles: “id” (Mt 28,19). Esta palabra significa misión. Son enviados para introducir a todos en la misión salvífica de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, para que todos unidos a Él, alcancen el reino, cuyo camino indicó Cristo y lo abrió. Y este camino permanece siempre abierto
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