(Cfr. www.almudi.org)
(Deut 18,15-20) "Suscitaré un profeta de entre tus hermanos"
(1 Cor 7,32-35) "Os digo todo esto para vuestro bien"
(Mc 1,21-28) "Este enseñar con autoridad es nuevo"
--- Liberación del pecado
“Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios» Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea” (Mc 1,21-28).
El Evangelio nos habla de la curación de un endemoniado. La victoria sobre el espíritu inmundo es una señal más de la llegada del Mesías, Que viene a liberar a los hombres de la más temible esclavitud: la del demonio y el pecado.
No se excluye -decía Juan Pablo II- que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de “posesiones diabólicas”. Los posesos pierden frecuentemente el dominio de sí mismos, sobre sus gestos y palabras; en ocasiones son instrumentos del demonio. Por eso, esos milagros que realiza el Señor manifiestan la llegada del reino de Dios y la expulsión del diablo fuera de los dominios del reino: “Ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera” (Jn 12,31). Cuando vuelven los setenta y dos discípulos, llenos de alegría por los resultados de su misión apostólica, le dicen a Jesús: Señor hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Y el Maestro les contesta: Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Desde la llegada de Cristo el demonio se bate en retirada, aunque es mucho su poder y “su presencia se hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios” (Juan Pablo II 13-8-86); mediante el pecado mortal muchos hombres quedan sujetos a la esclavitud del demonio, se alejan de Dios para penetrar en el reino de las tinieblas, del mal; en un grado u otro, se convierten en instrumentos del mal en el mundo, y quedan sometidos a la peor de las esclavitudes. “En verdad os digo: todo el que comete pecado, esclavo es del pecado” (Jn 8,34).
--- Estar vigilantes
Debemos permanecer vigilantes, para discernir y rechazar las insidias del tentador. “Toda vida humana, individual o colectiva, se presenta como lucha -lucha dramática- entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Es más: el hombre se siente incapaz de someter con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas” (Gaudium et Spes 13, Conc. Vat. II). Por eso, hemos de dar todo su sentido a la última de las peticiones que Cristo nos enseñó en el Padrenuestro: líbranos del mal, manteniendo a raya la concupiscencia y combatiendo, con la ayuda de Dios, la influencia del demonio, siempre al acecho, que inclina al pecado.
Jesús no ha venido a liberarnos “de los pueblos dominadores, sino del demonio; no de la cautividad del cuerpo, sino de la malicia del alma” (San Agustín).
“Líbranos, oh Señor, del Mal, del Maligno; no nos dejes caer en la tentación. Haz, por tu infinita misericordia, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo” (Juan Pablo II).
La Iglesia nos enseña que existen pecados mortales por naturaleza -que causan la muerte espiritual, la pérdida de la vida sobrenatural-, mientras otros son veniales, los cuales, aunque no se oponen radicalmente a Dios, obstaculizan el ejercicio de las virtudes sobrenaturales y disponen para caer en pecados graves.
San Pablo nos recuerda que fuimos rescatados a un precio alto (1 Cor 7,23) y nos exhorta con firmeza a no volver de nuevo a la esclavitud; hemos de ser sinceros con nosotros mismos, para evitar reincidir, avivando en nuestras almas el afán de santidad. "El primer requisito para desterrar ese mal que el Señor condena duramente, es procurar conducirse con la disposición clara, habitual y actual, de aversión al pecado. Reciamente, con sinceridad, hemos de sentir -en el corazón y en la cabeza- horror al pecado grave. Y también ha de ser nuestra la actitud, hondamente arraigada, de abominar del pecado venial deliberado, de esas claudicaciones que no nos privan de la gracia divina, pero debilitan los cauces por los que nos llega" (Amigos de Dios.243).
Hemos
de hacer nuestro aquel lamento del profeta Jeremías: “Pasmaos, cielos,
de esto y horrorizaos sobremanera, dice Yahvé. Un doble crimen ha
cometido mi pueblo: dejarme a mí, fuente de agua viva, para excavarse
cisternas agrietadas incapaces de retener el agua” (Jer 2,12-13). Aquí
reside la maldad del pecado: en que los hombres, "habiendo conocido a
Dios, no lo glorificaron como Dios, sino que se envanecieron con sus
razonamientos y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas, dando
culto y sirviendo a las criaturas en lugar de adorar al Creador" (Rom
1,21-25).
Si no nos percatamos -nunca penetraremos bastante en la realidad del mysterium iniquitatis que es el pecado- de la malicia de la ofensa a Dios, nunca plantearemos la lucha en la frontera de lo grave y lo leve, pues el pecado mayor está en "despreciar la pelea en esas escaramuzas, que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios" (Es Cristo que pasa 77). "¡Qué pena me das mientras no sientas dolor de tus pecados veniales! ‑Porque, hasta entonces, no habrás comenzado a tener verdadera vida interior" (Camino 330).
Pidamos al Señor su luz, su amor, su fuego que nos purifique, para no empequeñecer nunca la grandeza de nuestra vocación, para no quedar atrapados en la mediocridad espiritual a la que lleva la lucha lánguida, floja, ante las faltas veniales.
Para luchar contra los pecados veniales el cristiano ha de darles la importancia que tienen: son los causantes de la mediocridad espiritual, de la tibieza, y los que hacen realmente dificultoso el camino de la vida interior.
"Ten siempre verdadero dolor de los pecados que confiesas, por leves que sean -aconsejaba San Francisco de Sales-, y haz firme propósito de la enmienda para adelante. Muchos hay que pierden grandes bienes y mucho aprovechamiento espiritual porque, confesándose de los pecados veniales como por costumbre y cumplimiento, sin pensar enmendarse, permanecen toda la vida cargados de ellos".
Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario