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Is 61,1-2.10-11) "El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido"
(1 Tes 5,16-24) "No apaguéis el espíritu"
(Jn 1,6-8.19-28) "Yo soy la voz del que clama en el desierto"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la parroquia romana de Nuestra Señora de Valme (15-XII-1996)
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--- El Señor está cerca
“Gaudete in Domino semper. Iterum dico: Gaudete! (...) Dominus prope”. “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres (...). El Señor está cerca” (Fil 4,4-5). De esas palabras de la carta de San Pablo a los Filipenses este domingo toma el nombre litúrgico “Gaudete”. Hoy, la liturgia nos invita a estar alegres porque se acerca la Navidad del Señor. En efecto, faltan sólo diez días.
El Apóstol, en su carta a los Tesalonicenses, exhorta así: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la acción de gracias. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo sea custodiado sin reproche hasta la parusía de nuestro Señor Jesucristo” (1Tes 5,16-18.23).
Se trata, por tanto, de una típica exhortación de Adviento.
El Adviento es el tiempo litúrgico que nos prepara para la Navidad del Señor, pero es también el tiempo de la espera del retorno definitivo de Cristo para el juicio final, y San Pablo se refiere, en primer lugar, a esta segunda venida. El mismo hecho de que la conclusión del año litúrgico coincida con el inicio del Adviento sugiere que “el inicio del tiempo de la salvación” está relacionado, en cierto modo, con el “fin de los tiempos”. Vale siempre esta exhortación propia del Adviento: “¡El Señor está cerca!”.
--- Alegría
En la liturgia de hoy prevalece la perspectiva de la venida de Cristo en la Navidad, ya cercana. El eco de la alegría por el nacimiento del Mesías resuena en el Magnificat, cántico que brota de María durante la visita a la esposa de Zacarías, ya de edad avanzada. Isabel saluda a María con estas palabras: “y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!“ (Lc 1,43-45).
Isabel, de edad avanzada y sin la perspectiva de una posible maternidad, se dio cuenta de que la gracia extraordinaria que se le había concedido estaba estrechamente unida al plan divino de salvación. El hijo que debía nacer de ella había sido escogido por Dios como el Precursor llamado a preparar el camino para Cristo (cf. Lc 1,76). Y María responde con las palabras del Magnificat, citadas hoy en el Salmo responsorial: “Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre” (Lc 1,46-49).
--- Sólo hay salvación en Cristo
Juan Bautista es una de las figuras bíblicas significativas que encontramos en este tiempo fuerte del año litúrgico. En el cuarto Evangelio leemos: “Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Jn 1,6-8). A la pregunta: “¿Quién eres?”, Juan el Bautista responde: “No soy el Mesías, ni Elías ni ninguno de los profetas” (cf. Jn 1,19-20). Y, ante la insistencia de los enviados de Jerusalén, declara: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor" (Jn 1,23).
Con esta cita de Isaías, Juan revela en cierto sentido, su propia identidad, precisando con claridad su papel peculiar en la historia de la salvación. Y cuando los representantes del Sanedrín le preguntan: “Juan les respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.” (Jn 1,26-27).
El testimonio de Juan Bautista resuena en el estribillo del Adviento: “El Señor está cerca”. Las diferentes perspectivas de la noche de Belén y del bautismo en el Jordán se encuentran en la misma verdad: es necesario espabilar y preparar el camino del Señor que viene.
“El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran” (Is 61,1-62).
Cristo se atribuirá a sí mismo estas palabras del Profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret, en el momento de comenzar su misión pública. Hoy nos la repite a nosotros en esta asamblea litúrgica, y las repite invitándonos a la alegría también con palabras de Isaías: “Desbordo de gozo en el Señor y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido con un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo” (Is 61,10).
Del anuncio gozoso del profeta se hace eco San Pablo en el pasaje de la carta a los Tesalonicenses, que acabamos de proclamar. Isaías afirma: “Desbordo de gozo con el Señor” (Is 61,10), y Pablo exhorta: “Estad siempre alegres. El Señor está cerca” (cf. Flp 4,4-5, 1Tes 5,16.23). El Señor Jesús está cerca de nosotros en cada momento de nuestra existencia. Está cerca si lo vemos en la perspectiva de la Navidad, pero también está cerca si lo contemplamos a la ribera del Jordán, cuando recibe oficialmente del Padre la investidura mesiánica por último, está cerca en la perspectiva de su retorno al final de los tiempos.
¡Cristo está cerca! Viene en virtud del Espíritu Santo para anunciar la buena nueva; viene para sanar y liberar, para proclamar un tiempo de gracia y de salvación para comenzar ya en la noche de Belén, la obra de la redención del mundo.
Por tanto, estemos siempre alegres y exultemos. El Señor está cerca, viene para salvarnos.
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