Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

24 marzo 2023

Homilía Domingo 5º Cuaresma (A)

(Cfr. www.almudi.org)

 

 


(Ez 37,12-14) "Yo abriré vuestras sepulturas y os sacaré de vuestros sepulcros"
(Rm 8,8-11) "Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios"
(Jn 11,1-45) "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto"

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en el jubileo de los militares (8-IV-1984)


--- Resurrección de Lázaro

“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” (Jn 11,21,32).

Estas palabras las pronunciaron primero Marta y luego María, las dos hermanas de Lázaro, e iban dirigidas a Jesús de Nazaret, que era amigo de ellas y de su hermano.

La liturgia de hoy presenta a nuestra atención el tema de la muerte. Se acerca el tiempo de la pasión de Cristo. El tiempo de la muerte y la resurrección. Hoy miramos ese hecho a través de la muerte y de la resurrección de Lázaro. Este evento desconcertante sirve de preparación a la Semana Santa y a la Pascua.

“...mi hermano no habría muerto”.

En estas palabras resuena la voz del corazón humano, la voz de un corazón que ama y que da testimonio de lo que es la muerte. Sabemos que la muerte es un fenómeno común incesante. La muerte es un fenómeno universal y un hecho normal. La universalidad y la normalidad del hecho confirman la realidad de la muerte, lo inevitable de la muerte, pero al mismo tiempo, borran, en cierto modo, la verdad sobre la muerte, su penetrante elocuencia.

Aquí no basta el lenguaje de las estadísticas. Es necesaria la voz del corazón humano: la voz de una hermana, la voz de una persona que ama. La realidad de la muerte se puede expresar en toda su verdad sólo con el lenguaje del amor.

Efectivamente, el amor se resiste a la muerte y desea la vida...

Cada una de las dos hermanas de Lázaro no dice “mi hermano ha muerto”, sino que dice: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.

La verdad sobre la muerte sólo se puede expresar a partir de una perspectiva de vida, de un deseo de vida: esto es, desde la permanencia en la comunión amorosa de una persona.

La verdad sobre la muerte en la liturgia de hoy se expresa en relación con la voz del corazón humano.

--- La muerte unida al pecado

Simultáneamente se expresa en relación con la misión de Cristo, el Redentor del mundo.

Jesús de Nazaret era amigo de Lázaro y de sus hermanas. La muerte del amigo también se hizo sentir en su corazón con un eco particular. Cuando llegó a Betania, cuando oyó el llanto de las hermanas y de otras personas encariñadas con el difunto, Jesús “sollozó muy conmovido” (ib.,33), y con esta disposición interior preguntó: “¿Dónde lo habéis enterrado?” (ib.).

Jesús de Nazaret es al mismo tiempo el Cristo. Aquél a quien el Padre ha enviado al mundo: es el eterno testigo del amor del Padre. Es el definitivo Portavoz de este amor ante los hombres. Es en cierto sentido su Rehén con relación a cada uno y a todos. En Él y por Él se confirma y se cumple el eterno amor del Padre en la historia del hombre, se confirma y se cumple de modo sobreabundante.

Y el amor se opone a la muerte y quiere la vida.

La muerte del hombre, desde Adán, se opone al Amor: se opone al amor del Padre, el Dios de la Vida.

La raíz de la muerte es el pecado, que se opone también al amor del Padre. En la historia del hombre la muerte va unida al pecado y, lo mismo que el pecado, se opone al Amor.

Jesucristo vino al mundo para redimir el pecado del hombre; cada uno de los pecados arraigados en el hombre. Por esto, Él se puso frente a la realidad de la muerte; efectivamente, la muerte va unida al pecado en la historia del hombre: es fruto del pecado. Jesucristo se convierte en Redentor del hombre mediante su muerte en cruz, la cual ha sido el sacrificio que ha reparado todo pecado.

En la muerte Jesucristo confirmó el testimonio del amor del Padre. El amor que se resiste a la muerte, y desea la vida, se ha expresado en la resurrección de Cristo, de Aquél que, para redimir los pecados del mundo, aceptó libremente la muerte de cruz.

--- Pecado y Redención

Este acontecimiento se llama Pascua: el misterio pascual. Cada año nos preparamos a ella mediante la Cuaresma, y el domingo de hoy nos muestra ya cercano este misterio en el cual se nos revelan el Amor y la Potencia de Dios, porque la Vida ha traído la victoria sobre la muerte.

Lo que sucedió en Betania junto al sepulcro de Lázaro, fue como el último anuncio del misterio pascual.

Jesús de Nazaret se detuvo junto al sepulcro de su amigo Lázaro, y dijo: “¡Lázaro ven fuera!” (Jn 11,43). Con estas palabras llenas de poder, Jesús lo resucitó a la vida y lo hizo salir de la tumba.

Antes de realizar este milagro, Cristo, “levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado” (ib.,41-42).

Ante el sepulcro de Lázaro se registró una particular confrontación de la muerte con la misión redentora de Cristo. Cristo era el testigo del eterno amor del Padre, de ese Amor que se resiste a la muerte y desea la vida. Al resucitar a Lázaro, dio testimonio de ese Amor. Dio testimonio también de la potencia exclusiva de Dios sobre la vida y la muerte.

Al mismo tiempo ante la tumba de Lázaro, Cristo fue el Profeta de su propio misterio: del misterio pascual, en el que la muerte redentora sobre la cruz se convierte en la fuente de la nueva Vida en la resurrección.

He aquí las palabras del Profeta Ezequiel: “Dice el Señor Dios:...Cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor” (Ez 37,12-13).

Estas palabras se realizaron ante el sepulcro de Lázaro en Betania. Se han realizado definitivamente ante el sepulcro de Cristo en el Calvario.

En la resurrección de Lázaro se manifestó la potencia de Dios sobre el espíritu y sobre el cuerpo del hombre.

En la resurrección de Cristo fue otorgado el Espíritu Santo como fuente de la nueva Vida: la Vida divina. Esta vida es el destino eterno del hombre. Es su vocación recibida de Dios. En esta Vida se realiza el eterno amor del Padre.

Efectivamente el amor desea la vida y se opone a la muerte.

¡Vivamos de esta vida! ¡Que en nosotros no domine el pecado! ¡Vivamos de esta Vida cuyo precio es la redención mediante la muerte de Cristo en la cruz!

“Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también nuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).

Que el Espíritu Santo habite en vosotros por medio de la gracia de la redención de Cristo.

DP-105 1984


No hay comentarios: