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(Sof 2,3; 3,12-13) "Buscad al Señor todos los humildes de la tierra"
(1 Cor 1,26-31) "El que se gloría, gloríese en el Señor"
(Mt 5,1-12) "Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es muy grande en los cielos"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la parroquia de San José Cafasso (1-II-1981)
--- La vida eterna, base de las bienaventuranzas
“Dichosos vosotros...” (Mt. 5,11). Con estas palabras, que acabamos de escuchar, deseo saludaros a todos.
“Dichosos vosotros...”. Son las palabras del “sermón de la montaña”, con las que Jesús trató de delinear la esencia de su mensaje. Algunos han calificado como la “carta magna” del Reino de Cristo. Son palabras revolucionarias, porque proponen un radical trueque de los valores, en los que se inspira la mentalidad corriente: la de los tiempos de Jesús no menos que la de nuestros tiempos. Efectivamente, la gente ha creído siempre mucho en el dinero, en el poder en sus varias formas, en los placeres sensuales, en la victoria sobre el otro a cualquier precio, en el éxito y en el reconocimiento mundano. Se trata de “valores” que se sitúan, como aparece claramente, dentro del horizonte limitado de las realidades terrenas.
Jesús rompe este círculo limitado y limitante: impulsa la visual sobre realidades que escapan a la comprobación de los sentidos, porque transcienden la materia y se colocan, más allá del tiempo en el ámbito de lo eterno. El habla de “reino de los cielos”, de “tierra prometida”, de “filiación divina”, de “recompensa celeste”, y en esta perspectiva afirma la preeminencia de la “pobreza en espíritu”, de la “mansedumbre”, de la “pureza de corazón”, del “hambre de justicia”, que se manifiesta no en la violencia, sino en soportar valientemente la “persecución”.
--- Vocación cristiana
“Considerad vuestra llamada, hermanos”, nos ha repetido oportunamente San Pablo (1 Cor 1,26). Estas palabras nos invitan a reflexionar sobre una dimensión fundamental de nuestra existencia: nuestra vida forma parte del designio amoroso de Dios. San Pablo es explícito a este respecto. Por tres veces, en la lectura de hoy, afirma que “Dios ha elegido” a cada uno de nosotros, de manera que “somos en Cristo Jesús”, el cual “se ha convertido para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención”(cfr. 1 Cor 1,27-30).
Este es, en efecto, el maravilloso mensaje de la fe: en los orígenes de nuestra vida hay un acto de amor de Dios, una elección eterna, libre y gratuita, mediante la cual, Él, al llamarnos a la existencia, ha hecho de cada uno de nosotros su interlocutor: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios”(G et S,19).
Este diálogo, como es sabido, lo interrumpió el hombre con el pecado. Dios, en su misericordia, ha querido abrirlo de nuevo, dirigiéndose nuevamente a nosotros con la Palabra misma de su amor eterno, el Verbo consustancial, que, haciéndose hombre y muriendo por nosotros, nos ha puesto de nuevo en comunicación con el Padre. He aquí porqué San Pablo dice que estamos llamados “en Cristo Jesús”: la esencia de la vocación cristiana está precisamente en “ser en Cristo”. Esto es obra de Dios mismo, es don de su amor y de su gracia. Por esto, justamente concluye San Pablo que cada uno de nosotros puede “gloriarse en el Señor”(cfr. 1 Cor 1,31).
--- Respuesta personal a Dios
Sin embargo, a la llamada de Dios debe corresponder, por nuestra parte, una respuesta adecuada. ¿Qué respuesta? La que tiene su raíz fundamental en el bautismo y que se hace consciente y responsable en el acto de fe personal, suscitado por la escucha de la Palabra, alimentado por la participación en los sacramentos, testimoniado por una vida que se inspira en las bienaventuranzas de Cristo y se extiende al cumplimiento generoso de sus mandamientos, entre los cuales el más grande es el mandamiento del amor.
En el ámbito de esta vocación común, que Dios dirige a cada uno de los hombres, destacan las vocaciones específicas, mediante las cuales Dios “elige” a cada una de las personas para una tarea particular.
“Dios ha elegido la flaqueza del mundo, nos recuerda San Pablo, para confundir a los fuertes”. En el designio misterioso de Dios, la acción renovadora de la gracia pasa a través de la debilidad humana: por esto, pasa, de modo particular, a través de estas situaciones de sufrimiento y abandono.
Al terminar esta meditación sobre la vocación cristiana quiero dirigiros dos deseos. El primero está tomado del profeta:
“Buscad al Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos; buscad la justicia, buscad la moderación”(Sof.2,3)
Si os comprometéis a buscarla, como dice el Profeta o, mejor aún, como dice Cristo en el “sermón de la montaña”, entonces podrá realizarse en vosotros el segundo deseo: “Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt. 5,12).
DP-25 1981
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Si hay una página del NT ante la que convendría guardar silencio para no privarse del encanto y profundidad que encierra, es ésta. Deberíamos meditar estas declaraciones de Jesús, permitiendo que sean ellas las que resuenen en nuestro corazón y despierten en él lo que Jesús quiere decirnos.
La Palabra de Dios, que resonó con fuerza en el Sinaí para dar a Moisés la Ley, es la que se hace oír ahora con una autoridad y plenitud nueva en el monte de las Bienaventuranzas. Ellas son como la carta magna del cristianismo. El espíritu que emerge de ellas traza el perfil del cristiano. Jesús hace un canto a la sobriedad, la dulzura, la solidaridad, la sencillez de corazón el dolor soportado con entereza, el hambre de justicia, la paz, asegurando también que no le faltarán las críticas y la oposición, a veces hasta crueles, a quienes hagan suyas esta enseñanza. Con todo, la recompensa será muy grande en el Cielo.
Las Bienaventuranzas sitúan los bienes del espíritu por encima de los materiales. Sanos y enfermos, ricos y pobres, poderosos y débiles..., todos son invitados, por encima de estas circunstancias, a la dicha eterna que Jesús promete. Es difícil resistirse ante el aplomo y seguridad con que Jesús va exponiendo su programa. Sus palabras no adolecen de inseguridad o duda, no expresan una opinión. Tienen la toda la autoridad de Dios y así lo percibió el pueblo.
También nosotros nos sentimos atraídos por la autoridad y la altura de miras de estas propuestas. Sin embargo, todo esto se nos antoja "poco práctico" en una sociedad en la que la riqueza, el éxito, el poder, el bienestar, es lo realmente importante. Reconozcamos, no obstante, que a pesar de nuestro aire satisfecho no somos felices ni nos sentimos seguros. Hay demasiadas diferencias, antagonismos, sufrimientos... Todavía hay hambre y discriminaciones sangrantes; hombres que dominan a otros, depredadores y no colaboradores en la tarea de organizar este mundo. No existe sólo el sol. Hay también nieblas, noches cerradas, temporales y vientos devastadores. El mismo sol que calienta a unos puede ser sofocante y duro para otros. La muerte es una realidad.
Y, sin embargo, tenemos derecho a soñar con un mundo donde la libertad, la paz..., no sean palabras que se usan en los discursos pero que, en la práctica, no significan nada. Las Bienaventuranzas van más allá de ese anhelo. No debemos dudarlo. Pidamos al Señor que nos aumente la fe y nos ayude a vivir según este programa.
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