(Cfr. www.almudi.org)
Adviento: En la espera del Señor
«Dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre» (Mateo 24,37-44).
I. La Iglesia desea que todos sus hijos que en todos los momentos de nuestra vida tengamos la misma actitud de expectación que tuvieron los profetas del Antiguo Testamento, ante la venida del Mesías. Considera como una parte esencial de su misión hacer que sigamos mirando hacia el futuro, aun ahora que se cumplen dos mil años de aquella primera Navidad. Nos alienta a que caminemos con los pastores, en plena noche, vigilantes, dirigiendo nuestra mirada hacia aquella luz que sale de la gruta de Belén. Estad vigilantes, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa (Juan 1, 11). Despertad, nos repetirá San Pablo (Romanos 13, 11). Porque también nosotros podemos olvidar lo fundamental de nuestra existencia. “Ven, Señor, no tardes”. Preparemos el camino para el Señor que llegará pronto; es el momento de apartar los obstáculos si no vemos con claridad la luz que procede de Belén, de Jesús.
II. Los verdaderos enemigos que luchan sin tregua para mantenernos alejados del Señor, están en el fondo de nuestra alma: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida. La concupiscencia de la carne es también, -además de la tendencia desordenada de los sentidos en general, el desorden de la sensualidad-, la comodidad, la falta de vibración, que empuja a buscar lo más fácil, lo más placentero, el camino más corto, aun a costa de ceder en la fidelidad a Dios. El otro enemigo, la concupiscencia de los ojos, es una avaricia de fondo, que nos lleva a valorar solamente lo que se puede tocar. La soberbia de la vida hace que la inteligencia humana se considere el centro del universo que se entusiasma de nuevo con el seréis como dioses (Génesis 3, 5) y, al llenarse de amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios. Puesto que el Señor viene a nosotros, hemos de prepararnos con una Confesión llena de amor y de contrición.
III. Estaremos alerta a la venida del Señor, si cuidamos con esmero la oración personal, si no descuidamos las mortificaciones pequeñas, si hacemos un delicado examen de conciencia. Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará, leemos en las antífonas de la liturgia. Nuestra Señora espera con gran recogimiento el nacimiento de su Hijo. Junto a Ella nos será fácil disponer nuestra alma para la llegada del Señor.
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