(Cfr. www.almudi.org)
Durante su catequesis semanal el Papa ha reflexionado sobre la figura de Job, que sufrió “numerosas desgracias y humillaciones” ante las que pidió a Dios una explicación
Catequesis del Santo Padre en español
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
El pasaje bíblico que hemos escuchado cierra el Libro de Job, vértice de la literatura universal. Encontramos a Job en nuestro camino de catequesis sobre la vejez: lo encontramos como testigo de la fe que no acepta una “caricatura” de Dios, sino que grita su protesta frente al mal, hasta que Dios responde y revela su rostro. Y al final Dios responde, como siempre de manera sorprendente: muestra a Job su gloria pero sin aplastarlo, es más, con soberana ternura, como siempre hace Dios, con ternura. Hay que leer con atención las páginas de este libro, sin prejuicios, sin clichés, para captar la fuerza del grito de Job. Nos hará bien asistir a su escuela, para vencer la tentación del moralismo ante la exasperación y el desánimo por el dolor de haberlo perdido todo.
En este pasaje final del libro −recordamos la historia, Job pierde todo en la vida, pierde su riqueza, pierde su familia, pierde a su hijo y también pierde la salud y queda allí, herido, en diálogo con tres amigos, luego un cuarto, que vienen a saludarlo: esa es la historia−, en este pasaje de hoy, el pasaje final del libro, cuando finalmente Dios habla (y este diálogo de Job con sus amigos es como una manera de llegar al momento en que Dios da su palabra) Job es alabado por comprender el misterio de la ternura de Dios escondido detrás de su silencio. Dios reprende a los amigos de Job que presumían de saberlo todo, saber de Dios y del dolor, y habiendo venido a consolar a Job, acabaron juzgándolo con sus esquemas preconcebidos. ¡Dios nos guarde de ese pietismo hipócrita y presuntuoso! Dios nos guarde de esa religiosidad moralista y de esa religiosidad de preceptos que nos da cierta presunción y nos lleva al fariseísmo y a la hipocresía.
Mirad cómo les habla el Señor. Así dice el Señor: «Mi ira está encendida contra [vosotros] […], porque no dijisteis cosas justas de mí como mi siervo Job […]». Eso el lo que dice el Señor a los amigos de Job. «Mi siervo Job rezará por vosotros, para que yo, por consideración a él, no castigue vuestra necedad, porque no habéis dicho cosas justas de mí como mi siervo Job» (42,7-8). La declaración de Dios nos sorprende, porque hemos leído las páginas candentes de la protesta de Job, que nos han dejado consternados. Sin embargo −dice el Señor−, Job habló bien, hasta cuando estaba enojado e incluso enojado contra Dios, pero habló bien, porque se negó a aceptar que Dios es un “Perseguidor”, Dios es otra cosa. Y como recompensa, Dios le devuelve a Job el doble de todas sus posesiones, después de pedirle que rece por esos malos amigos suyos.
El punto de inflexión de la conversión de la fe tiene lugar precisamente en el colmo del estallido de Job, donde dice: «Sé que mi redentor vive y que al fin se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios. Yo mismo lo veré, y no otro; mis propios ojos lo verán» (19,25-27). Este pasaje es bellísimo. Me acuerdo del final de aquel brillante oratorio de Haendel, el Mesías, después de la fiesta del Aleluya la soprano canta lentamente este pasaje: “Sé que mi Redentor vive”, con paz. Y así, después de todo ese dolor y alegría de Job, la voz del Señor es otra cosa. “Yo sé que mi Redentor vive”: es algo precioso. Podemos interpretarlo así: “Dios mío, sé que Tú no eres el Perseguidor. Mi Dios vendrá y me hará justicia”. Es la fe sencilla en la resurrección de Dios, la fe sencilla en Jesucristo, la fe sencilla en que el Señor siempre nos espera.
La parábola del libro de Job representa de manera dramática y ejemplar lo que realmente sucede en la vida. Es decir, que pruebas demasiado pesadas, pruebas desproporcionadas en comparación con la pequeñez y la fragilidad humana, se imponen sobre una persona, una familia o un pueblo. A menudo en la vida, como dicen, “llueve sobre mojado”. Y algunas personas se ven abrumadas por una suma de males que parece verdaderamente excesiva e injusta. Y mucha gente es así. Todos hemos conocido gente así. Nos ha impresionado su clamor, pero también a menudo nos ha asombrado la firmeza de su fe y de su amor en su silencio. Pienso en los padres de niños con discapacidades severas o que viven con enfermedades permanentes o en el familiar cercano a ellos... Situaciones muchas veces agravadas por la escasez de recursos económicos. En ciertas coyunturas de la historia, ese cúmulo de pesos parecen darse como una cita colectiva. Es lo que ha pasado en los últimos años con la pandemia del Covid-19 y lo que está pasando ahora con la guerra en Ucrania.
¿Podemos justificar esos “excesos” como una racionalidad superior de la naturaleza y de la historia? ¿Podemos bendecirlos religiosamente como respuesta justificada a los pecados de las víctimas que los merecieron? No, no podemos. Hay una especie de derecho de la víctima a protestar contra el misterio del mal, un derecho que Dios concede a cualquiera, es más, que es Él mismo, en el fondo, quien lo inspira. A veces me encuentro con personas que se me acercan y me dicen: “Padre, he protestado contra Dios porque tengo este problema, este otro...”. Pero, sabes, querido, que la protesta es una forma de oración, cuando se hace así. Cuando los niños, los jóvenes protestan contra sus padres, es una forma de llamar la atención y pedir que los cuiden. Si tienes alguna herida en el corazón, algún dolor y tienes ganas de protestar, protesta incluso contra Dios, Dios te escucha, Dios es Padre, Dios no tiene miedo de nuestra oración de protesta, ¡no! Dios entiende. ¡Pero sé libre, sé libre en tu oración, no aprisiones tu oración en patrones preconcebidos! La oración debe ser así de espontánea, como la de un hijo con su padre, que le dice todo lo que le viene a la boca porque sabe que su padre lo entiende. El “silencio” de Dios, en el primer momento del drama, significa eso. Dios no va a rehuir la confrontación, pero al principio deja a Job el desahogo de su protesta, y Dios escucha. Quizás, a veces, deberíamos aprender de Dios este respeto y esta ternura. Y a Dios no le gusta esa enciclopedia −llamémosla así− de explicaciones, de reflexión que hacen los amigos de Job. Ese es zumo de lengua, que no es justo: es esa religiosidad que lo explica todo, pero el corazón se queda frío. A Dios no le gusta eso. Le gusta más la protesta de Job o el silencio de Job.
La profesión de fe de Job −que surge precisamente de su incesante llamamiento a Dios, a una justicia suprema− se completa al final con una experiencia casi mística, diría yo, que le hace decir: «Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos» (42,5). ¡Cuántas personas, cuántos de nosotros después de una experiencia un tanto fea, un tanto oscura, cedemos y conocemos a Dios mejor que antes! Y podemos decir, como Job: “Te conocía de oídas, pero ahora te he visto, porque te he conocido”. Este testimonio es particularmente creíble si la vejez lo asume por sí misma, en su progresiva fragilidad y pérdida. ¡Los viejos han visto tanto en su vida! Y también han visto la inconsistencia de las promesas de los hombres. Hombres de ley, hombres de ciencia, incluso hombres de religión, que confunden al perseguidor con la víctima, atribuyendo a esta última la plena responsabilidad de su propio dolor. ¡Se equivocan!
Los ancianos que encuentran el camino de ese testimonio, que convierte el resentimiento por la pérdida en la tenacidad por la espera de la promesa de Dios −hay un cambio, del resentimiento por la pérdida a una tenacidad para seguir la promesa de Dios−, estos ancianos son un auxilio insustituible para la comunidad al afrontar el exceso del mal. La mirada de los creyentes que se dirige al Crucificado aprende precisamente eso. Que podamos aprenderlo también nosotros, de tantos abuelos y abuelas, de tantos ancianos que, como María, unen su oración, a veces desgarradora, a la del Hijo de Dios que en la cruz se abandona al Padre. Miremos a los ancianos, miremos a los viejos, las viejas, las viejitas; mirémoslos con amor, miremos su experiencia personal. Ellos han sufrido mucho en la vida, han aprendido mucho en la vida, han pasado muchas cosas, pero al final tienen esa paz, una paz −yo diría− casi mística, es decir la paz del encuentro con Dios, tanto que pueden decir “te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos”. Estos viejos se parecen a esa paz del Hijo de Dios en la cruz que se abandona al Padre.
Saludos
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa, en particular a los chicos de las escuelas secundarias provenientes de Francia, a los peregrinos de la Diócesis de Besançon y de la Misión Católica Vietnamita de Lyon. El Señor ha puesto en nuestro camino a hermanos y hermanas que sufren y demuestran una gran fe y un gran amor. Tomémonos en serio su ejemplo y pidamos a Dios la fuerza de perseverar con esperanza en medio de las pruebas de la vida. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los que vienen del Reino Unido, Dinamarca, Israel y Medio Oriente, Canadá y Estados Unidos de América. En la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre cada uno de vosotros y vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. ¡El Señor os bendiga!
Queridos fieles de lengua alemana, os invito a ayudar a tantas personas que sufren, estén lejos o cerca. Hagamos todo lo posible, confiando que toda buena acción nuestra está siempre acompañada y sostenida por la gracia del Señor.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a releer el libro de Job, y a dejarnos interpelar por su testimonio. Aunque tuvo que atravesar numerosas pruebas y sufrimientos, nunca dejó de elevar su oración al Padre. Unámonos también nosotros a esa súplica, y pidamos al Señor que aumente y fortalezca nuestra fe. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Cascavel, de Jundiaí, de São Paulo y de Fátima; a las Hermanas de la Presentación de María y al grupo deportivo y cultural proveniente de Portugal. Hermanos y hermanas, cuando nos tengamos que enfrentar al mal, debemos aprender –del ejemplo de tantos ancianos– a unir nuestra oración a la de Jesús, que en la cruz se abandona al Padre. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. Job es el hombre que sufre y protesta por la gravedad de su dolor, pero permaneció firme en la fe, por eso Dios le llenó de ternura y le acompañó en un camino espiritual para llegar a la verdad y descubrir que Dios es bueno. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Hace dos días recordasteis a San Andrés Bobola, mártir jesuita, patrón de vuestra Patria. Su compromiso por la unidad de la Iglesia, su fuerza de ánimo y su firmeza en la defensa de la fe en Cristo, os den el valor de profesar los valores evangélicos, sobre todo ante las tentaciones de la mundanidad. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los sacerdotes de la Diócesis de Milán y a los diáconos próximos al sacerdocio de Padua: os animo a renovar día a día la disponibilidad a responder fielmente a la llamada del Señor para un servicio generoso al pueblo santo de Dios. Saludo a la Asociación “Familias para la acogida” que se dedica a la adopción, cuidando a niños y ancianos en dificultad: perseverad en la fe y en la cultura de la acogida, dando así un bonito ejemplo cristiano y un importante servicio social. Gracias, gracias por lo que hacéis.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. Queridos jóvenes, no tengáis miedo de poner vuestras energías al servicio del Evangelio, con el entusiasmo característico de vuestra edad; y vosotros, queridos ancianos y queridos enfermos, sed conscientes de ofrecer una contribución preciosa a la sociedad, gracias a vuestra sabiduría; y vosotros, queridos recién casados, haced que vuestras familias crezcan como lugares donde se aprende a amar a Dios y al prójimo con serenidad y alegría.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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