(Cfr. www.almudi.org)
(Hch 10,25-26.34-35.44-48) "Está claro que Dios no hace distinciones"
(1 Jn 4,7-10) "Todo el que ama ha nacido de Dios"
(Jn 15,9-17) "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
--- Evangelización
“Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15,9).
Cristo dirigió esas palabras a los Apóstoles en el cenáculo la víspera de su muerte en cruz. Alcanzaron su plenitud en la resurrección, que se convirtió en el comienzo de la nueva misión: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21).
Hoy debemos volver a ese inicio. Debemos presentarnos, por medio de la fe ante el Padre que “nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). El amor viene de Dios. No hemos amado primero nosotros a Dios; Él nos ha amado (cf. 1 Jn 4,10). Nos ha amado con un amor eterno en su Hijo, a quien en la plenitud de los tiempos mandó al mundo para que gracias a él tengamos vida.
El amor da la vida. Todo el que ama ha nacido de Dios y Dios mora en él (cf. 1 Jn 4,7). Así pues, quien ama conoce a Dios, porque lo lleva en su interior. Conoce a Aquél que es Amor. Conoce al Hijo y, gracias al Hijo, conoce al Padre y permanece en su amor.
--- Juventud
Éste es el eterno principio del Evangelio y de la evangelización. Durante el Sínodo, mediante la oración, estábamos todos los días en contacto con ese eterno principio. Hoy deseamos dar gracias a Dios y en particular por esto. Deseamos dar gracias, porque en este “eterno principio” se ha convertido a su tiempo en el inicio histórico de la evangelización de África, de vuestros países y de vuestros pueblos.
Eso sucedió por primera vez ya en los tiempos apostólicos, cuando el diácono Felipe bautizó a un funcionario de la reina de Etiopía. El cristianismo se difundió muy pronto por las costas del mar Mediterráneo en todo el norte de África, que entonces formaba parte del imperio romano. Al resto de ese vasto continente el Evangelio llegó más tarde, en el siglo XV a algunas regiones y, definitivamente, durante el siglo pasado.
Por tanto, si nos referimos a la cronología histórica, las Iglesias africanas son jóvenes. Y juventud significa también lozanía y vitalidad; significa gran reserva de fuerzas y prontitud para afrontar pruebas y luchas. Juventud significa maduración. Y si, junto con ese proceso se producen crisis, se trata de ordinario de crisis de crecimiento de las que normalmente el hombre sale más maduro.
--- Madurez
La liturgia recuerda hoy un acontecimiento de los Hechos de los Apóstoles que puede considerarse el primer paso en la misión de la Iglesia “ad gentes”. Precisamente San Pedro, el Apóstol junto a cuya tumba se lleva a cabo esta celebración conclusiva de la fase romana de la Asamblea sinodal, es enviado por el Espíritu Santo al centurión romano Cornelio. Ese centurión es pagano. La primera comunidad cristiana en Jerusalén estaba formada sobre todo por personas procedentes del judaísmo. El mandato de Cristo de ir a los confines de la tierra para anunciar el Evangelio a todas las gentes aún no se había podido realizar: no había habido tiempo suficiente. Pedro había dudado un poco en aceptar el impulso del Espíritu a dirigirse a la casa de un pagano. A pesar de ello, cuando acudió, constató con gran sorpresa que ese pagano esperaba a Cristo y el bautismo. Leemos en los Hechos de los Apóstoles: “Y los fieles circuncisos que habían venido con Pedro quedaron atónitos al ver el que don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios” (Hch 10,45-46).
De esta forma, por consiguiente, en cierto sentido se repitió en la casa de Cornelio el milagro de Pentecostés. Pedro dijo entonces: “Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato [...]. ¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?” (Hch 10,34-35.47)
Así comenzó aquella misión de la Iglesia ad gentes, cuyo heraldo principal sería Pablo de Tarso.
“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16).
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